¡Hola y gracias por estar aquí!
Hoy abro este blog, no con un tema técnico sobre yoga, sino con algo más personal, algo que le da sentido a que estés leyendo estas palabras: mi historia.
PASADO…
Hace seis años que tomé la mejor decisión de mi vida, iniciar mi práctica de Yoga. Siempre había sido muy deportista al igual que reflexiva y entre muchas de esas reflexiones me di cuenta que aquello que practicaba no sentía que tuviese una sustancia que me acercase más a mí, que me invitase a conocerme a un nivel más profundo, aunque sí que preparó el terreno para lo que venía.
El yoga llegó a mi vida de una forma sutil pero profunda. Sin saberlo conscientemente, siempre estuvo allí. Mi madre fue practicante de Yoga y recuerdo tener 5 años, acompañarla a clases y que la profesora me enseñase a «ajustar» (teniendo en cuenta todo lo que puede ajustar una niña de 5 años) en Halasana. Aunque por aquel entonces no comprendía el significado de esa práctica, algo en mi interior ya se estaba conectando con ella.
Pasaron catorce años hasta que, de repente, algo dentro de mí despertó y me impulsó a profundizar en este camino del desarrollo personal. Asistí a numerosos seminarios de Coach y crecimiento personal donde sí que aprendí mucho, pero no terminaba de sentir que perteneciese a ese mundo. El Yoga rápido me dio y cada día me ofrece esa experiencia de pertenencia, de sentir y de conocerme.
En ese entonces vivía en Torrejón de Ardoz, y comencé a buscar centros y clases de yoga. Solo tenía un requisito: yoga tradicional. Fue entonces cuando encontré Sangha Yoga, un lugar acogedor, lleno de calma y con ese inconfundible aroma a incienso. En sus paredes descansaban imágenes de maestros como Swami Sivananda y Swami Satyananda, que en ese momento no sabía todo el impacto que sus enseñanzas tendrían en mí. Recuerdo con claridad cuando Vizen me recibió para una charla introductoria, y Clara me guió en mi primera clase de yoga, en la que íbamos a utilizar la pared como apoyo.
Es curioso como mi primera clase de Yoga la veo reflejada en muchas de las personas que tomáis la vuestra. Era cero flexible, yo también creía que con eso no sudaría y sudé y sobre todo vi todo lo que tenía que desarrollar y mejorar en mí misma, porque sí, el Yoga en cada clase, pero especialmente en la primera, te muestra con facilidad tooodo lo que necesitas desarrollar en ti mismo junto con una parte muy agradable que es la experiencia de bienestar y conexión que sientes a nivel físico, mental y emocional.
A raíz de mi primera clase, cada paseo de vuelta a casa mi diálogo interno era: Universo, si este es mi camino guíame, me entrego a el. Este diálogo todavía me acompaña, me hace sentir que aunque muchas cosas dependan de mí, hay otras necesarias para mi evolución y aprendizaje que dependen de algo mayor a mí y eso me hace sentir paz.
Fue la constancia de la práctica entregada y sin prisa, la cual me permitió conectar con partes de mí que ni conocía, ni sabía que podían existir, comencé a sentir que gran parte de lo que buscaba ya estaba dentro de mí y «sólo» tenía que seguir unos pasos concretos para llegar hasta allí.
Sintiendo que todas las personas necesitaban tener esta experiencia de conexión consigo mismas, al año y medio más o menos estaba formándome como profesora de Yoga y a los pocos meses de finalizar la formación estaba guiando clases. Entonces, no me hacía una idea real de lo mucho que me iba a aportar iniciar esta nueva profesión, conocer a nuevas personas (entre ellas a Alex, mi pareja), nuevas formas de enseñanza, aprender sobre emprendimiento (actualmente más que nunca), derribar miedos y muchas dudas (porque aparecen), acompañar a tantas personas en el camino a sí mismas y al mismo tiempo ir acompañada de un latido constante en forma de certeza que me dice: este es tu camino.
PRESENTE…
Entonces y ahora, la práctica de yoga, no solo influye en mi cuerpo, sino también en mi mente. Cada día aprendo un poquito más a escucharme más profundamente, a ser más compasiva conmigo misma y a encontrar paz en los momentos de caos. Cada respiración, cada asana, me enseña a estar presente y a permitirme aceptar lo que soy en cada instante, siendo caos y calma, amor y miedo, alegría y tristeza, luz y oscuridad y, entre todas esas dualidades, aprender a encontrar el equilibrio, mi centro. Tratando, porque ni soy perfecta ni quiero, de trasladar todo lo que sucede en la práctica a mi día a día.
Aquí es donde aparece Camino Yoga, con el deseo de crear una comunidad donde compartir los sentires y pensares, un espacio como bien defino de autoconocimiento, donde la escucha interna, la propiocepción y nuestra intuición son los pilares. Permitiéndonos explorar un territorio interior más libre y sobre todo, más humano. En el cual, lo más importante, eres tú y tu sed de profundizar en tu interior.
Cada día, al ver a algunos de mis alumnos, reconozco en ellos la misma transformación que viví yo. En sus clases, al igual que yo, encuentran un refugio para sus emociones y una herramienta para sanar. Verlos crecer, tanto en la práctica como en sus vidas, es una de las partes más gratificantes de este camino.
Mi enfoque del yoga es integrador, centrado en guiar a cada persona en su propio proceso, sin prisas ni expectativas. No quiero llenarte de reglas ni teorías, sino ofrecerte herramientas para que vivas de una manera más consciente, tranquila y plena. Te invito, a través de asanas, meditación, respiración, relajación, escritura, filosofía y música, a explorar tus emociones, pensamientos y sensaciones. A liberar lo que te limita y a descubrir lo que te impulsa. Y lo más importante, lo haremos juntas.
Te invito a unirte a este espacio de autoconocimiento, apertura y calma, donde no solo explorarás el yoga, sino una nueva forma de relacionarte contigo misma/o y lo que te rodea. Si sientes que este es el momento de comenzar tu camino, estaré encantada de acompañarte en cada paso.
¿Caminamos juntas/os?